Para los verdaderos creyentes, el acto de la confesión es una auténtica catarsis, una ocasión liberadora. El cuerpo y el alma se limpian de pecado y quedan purificados para recibir la sangre y la carne de Cristo. Pero como después de la penitencia, equis número de aves maría y otros tantos padres nuestros (pues ya no son los tiempos aquellos en los que las señoras de la alta sociedad se confesaban nomás para que las condenaran a la autoflagelación y con un poco de audacia, la flagelación infringida por una solidaria amiga, ocasión única para sentir por fin algo en la piel, a veces hasta niveles de orgasmo, como bien refiere al gran maestro Fernando Benitez en su libro Los demonios en el convento), pero decía, como después de los aves maría y padres nuestros de penitencia el pecador no dura mucho en su condición de inmaculado, entonces debe comulgar en friega, antes de que un pensamiento impío lo obligue a volver de inmediato al confesionario. Es sabido que las ancianas comesantoscagadiablos al mirar a una vecina dentro de la misma iglesia suelen pensar desgraciada, todavía que le pone el cuerno al marido, se atreve a venir a la iglesia ¡y con ese escotote, desgraciada!, mientras que el joven monaguillo no puede evitar una erección cuando ve sentarse en primera fila a la bella joven que se recoge el rebozo de punto de cruz de los hombros semidesnudos, atravesados por las cintas del primaveral vestido floreado al tiempo que imagina que se lo quita de un tirón para poseerla frente a todos.
La religión católica, trampa infalible para que nadie salga del callejón de la culpa, te condena al pecado por pensamiento, palabra, obra u omisión, es decir, sin escapatoria posible. Pero al menos te da la confesión como alivio recurrente.
Pero la confesión, gracia concedida para limpiar el currículum que has de presentar después de muerto para entrar al cielo, tiene sus inconvenientes, por supuesto. El principal es poner en manos del sacerdote aquello que, se supone, debe guardar como secreto inquebrantable. El será el depositario de aquello que cargas y no toleras más. Desde el simple disgusto, hasta el crimen más atroz. Pero los sacerdotes no son infalibles y conocer pecados ajenos es también una tentación grande (¿habrá curas que se hicieron tales sólo para conocer los pecados del pueblo>). De ahí que no pueda evitarse la comicidad de la escena del cura, interpretado por Héctor Suárez, que confiesa a Margarita Zavala, perdón, a la mocha que comienza a narrar un pecado común, frívolo, pero que él interpreta, por su doble sentido, como algo de contenido sexual muy grave. Más interesante aún aquella escena de la mujer que es sensual a pesar de sí misma, exuberante en las formas y también los modos de hablar, mirar, moverse, excitante aún con sandalias y bolsa de mandado, curvilínea de marido sesentón, de muslos anhelantes de caricias y pechos que se escapan provocativos por entre el sostén, que en el confesionario, con voz jadeante, le susurra al cura al oído que ha cometido el pecado del deseo carnal, que sueña con el propio cura, desnudos e incandescentes en un lecho de paja en un granero, lejos de todo testigo incendiando al mundo cuando el bebe de entre sus piernas, mientras se toca a sí misma sin pudor y sin freno hasta quedarse dormida después de febriles temblores, mientras el pobre cura, después de escucharla, le da su penitencia tragando saliva.
Algunos confiesan pecados tales que saben que tienen que garantizar el silencio del cura por otros medios. Dicen que Girolamo Prigione recibía generosas limosnas de los capos a los que confesaba.
Pero confesar pecados públicamente lleva implícita una penitencia implacable. Que Kamylaa es inteligente, ni duda cabe, pero no es astuta, por lo menos no en un sentido maquiavélico. Le ganó la tentación de decirnos, en síntesis: Les mentí y gracias a eso los manipulé, por mucho que justifique de diversos modos dicha mentira y dicha manipulación. Compartir su éxito fue su error, pero su contradicción era irresoluble, si no lo confesaba, el éxito no se reconocería como tal.
La virtud de obligar a la transparencia a los personajes públicos es la de acotar sus actos. Cuando se está a la vista de todos, ya no queda espacio para la maniobra oculta (por eso se debate tanto sobre las reglas para conseguir transparencia) y Kamylaa acaba de volverse transparente, sin más. Simple y llana, tendrá que inventar una truculencia muy elaborada para que se le vuelva a creer cualquier otra historia que pueda implicarle clientes. Y es que le dio por detener el juego, cuando pudo haberlo prolongado por años.
Si nos hubiera dicho Por circunstancias imprevistas y drásticas en mi vida, he tenido que cancelar mi traslado a otro país, e inclusive posponer indefinidamente mis planes, por lo menos un par de meses, por lo que durante ese tiempo seguiré dando servicio, pero sólo tales días y en tal horario, entonces la intensidad de las llamadas se mantendría constante, incluso creciente.
A la vuelta de un mes podría haberle dado otra vuelta de tuerca al juego: No voy a estar esta semana tal vez dos-, pues voy a viajar al país que será mi nuevo hogar para ver si puedo resolver lo que necesito para mi retiro definitivo. Luego después de una semana: He vuelto de un lugar lejano y frío*, daré servicio a partir de hoy, para recuperar el calor de mi tierra y mi gente, a los que deseo tanto, por eso tengo esta promoción
.. Y así, durante un largo, largo tiempo Kamylaa tendría a sus fans comiendo de su mano, como pajaritos, especulando con el retiro y alimentando el anhelo de quienes no la conocen y la adicción de quienes han estado con ella.
Aunque después de todo, quién sabe. Igual y Kamylaa tiene más magia que una estudiante de Hogwarts, pues ha deslizado otro anzuelo, otro nudo a la red de sus clientes cautivos. Dice que aún le quedan cosas por conocer, que en su lista de fantasías pendientes aún hay varios ítems que no están tachados y que quiere probar. Pero entonces, ya instalados en la dinámica de las confesiones, deberá abrir su catálogo, para que cada quién lo compare con el suyo. Seguramente encontrará quién desee pagar, gustoso, sólo para complacerla. Yo de mi parte, si la salud me lo permite, sacaré la lista del cajón para compararla con la suya cuando la confiese.
Saludos cordiales de Nadie.
*Aunque por su estilo, yo más bien me imaginaba que iría a vivir a un país árabe, para bailarle la danza de los siete velos con un diminuto bikini morado con lentejuelas- a un acaudalado jeque, que la tendría como joya en su harem y que en las noches se escaparía para ponerle el cuerno con el más fornido de sus guardias (estoy ya lo había contado antes), al fin que el riesgo sería para él, pues podría quedar eunuco.