Hombre de supermercado (General)
Hombre de Supermercado
A veces siento que me he despersonalizado y me he hecho líquido; tomo la forma del vaso que me contiene. O me he hecho una bruja, un chamán, un cenzontle. Es como cruzar la puerta, desprenderme de lo que soy y estar alerta de lo que el transmisor vaya a solicitar. ¡Ojalá me entendiera así con todos los caballeros!
Siempre intento contarles experiencias que tienen calidad, algo rescatable, de qué poder charlar entre nosotros y quizá hasta aprender. Bueno, incluso ésta lo merece aunque no haya sido una de las mejes experiencias, ni siquiera de las experiencias “promedio”; conocí otra manera de ver al mercado de las caricias y la suma importancia que representa la comunicación.
Su nombre era “N”, tenía unos labios redondos y una figura trabajada. Buen tipo. Caminé hacia él, me dio confianza hacerlo. N resultó ser algo así como un buen camarada, algo distinto. No te daré más detalles sobre el sujeto, recuerda que el anonimato es un gesto lindo de cordialidad; Lo último que te diré sobre los modismos de N es que era un inigualable arquitecto de deseos y excelente interpretador del lenguaje corpóreo.
Jamás caminé con él de la mano, y obviamente tampoco me interesaba hacerlo. N parecía ser increíble, como sacarlo de un envoltorio, ya sabes: de buena pinta, que huele bien, que trae instructivo; que es agradable en la charla y prodigo en lo sexual. Entonces a N lo saqué del empaque, lo apliqué en todos mis rincones y luego partí. Buena experiencia que, en el momento, pensé en que podría repetir.
Pasé con él un par de horas que circularon con la calma de las mareas bajas, como los pianos en el blues; en fin, me humedecí con calma, muy despacio. Luego, en la charla todo fluía muy bien, tan ágil y tan amena cuando cruzábamos por cualquier tema. Me levanté de la cama con lentitud, tranquilamente tomé un baño, me vestí y cuando llegó el momento de partir se despidió nerviosamente –jajaja-
Vaya sujeto, tan “torpe” y “olvidadizo”. En la construcción de su argumento estaba la premisa de que <<habíamos hecho tan buena conexión que pensó que el encuentro ya se había confeccionado como de amigos>>, reí ¡qué simpatía!. Al pobre N se le habían desmoronado los pilares principales de los modismos de buen gusto y cordialidad; todo aquello que le hacía ver como un objeto costoso comprado en algún departamento de renombre, a la luz no era más que utilería básica.
Siempre he pensado que este mercado abre charlas con caballeros educados, quiero decir, es como una parte elemental del perfil de los consumidores (al menos en casi todos, recuerden el caso de N). Bueno, N el Despistado pasó a ser N el Melancólico. ¿En serio N?, dije en mis adentros, hasta dónde pueden llegar los tipos como N con tal de ahorrarse una cuenta.
Comencé a sentir pena por él. Era un tipo ridículo que si pensabas que no podía ser autor de una ridiculez peor, tuvo la gracia de intentar regatear –jajajaja, ¿qué?-. Le expliqué las reglas básicas del juego. Rogué que todo eso fuera una broma, era demasiado embarazoso mantener esa charla. Cuando por fin comprendió y cubrió todo el servicio, me tomó de la mano, ¡maldita sea, ya tenía un pie afuera de la habitación!
- ¿Si, N? . Le dije con la más obligada de mis sonrisas.
- ¿Te puedo volver a buscar?. Dios mío, pensé, desintégrame. Redoble los esfuerzos de mi sonrisa y caminé por el pasillo. N seguía en el marco de la puerta, aún no se escuchaba el golpe que hacía al cerrarse. Vaya tipo incómodo. Volteé la mirada y en efecto allí estaba, sonriente y desnudo asomando casi todo su cuerpo en el pasillo.
Toqué el botón del ascensor, tardó dos minutos en llegar ¡DOS!. De un paso entré en cuanto las puertas lo permitieron. Al girarme y tocar el botón, allí seguía parado.
Ocho de la mañana del siguiente día:
“Buenos días, Delicia ¿Cómo amaneciste?”.
Y seguramente hay peores que el buen N. Obviamente, bloqueé al sujeto.




