Mi primera doncella, Isabela. (Recomendaciones)
CapÃtulo I
Isabela, se llamó mi romance de una hora y 35 minutos. En el Villas Patriotismo, un humilde servidor que ha leÃdo por meses las hazañas de los grandes, sin carro llegó a su primera aventura, con un cepillo de dientes, unos SICO x 3 y un listerine pequeño, en una bolsa blanca de farmacias del ahorro.
Llego caminando a tan elegantes aposentos: los guardias me miran con atención.
Buenas noches, por favor, un cajero automático> – Pregunto con amabilidad y condescendencia ante sus miradas curiosas. –
Enfrente tienes uno hijo.
Muchas gracias – contesté –
Crucé la avenida, y con destreza total retiré el efectivo y volvà a cruzar en esa madrugada frÃa. Todo tembloroso doy mi tarjeta, me preguntan si me voy a quedar toda la noche. Acepto las condiciones, tomo el elevador y cruzo el pasillo. Llego a mi habitación, analizo la cerradura, medio entiendo y deslizo aquella extraña tarjeta. Nada pasa. Intento 5 veces más. Nada. El niño se rÃe de sà mismo, hay tantas cosas que no sabe de este mundo. Bajo de nuevo a recepción, pregunto. Me dan instrucciones mirándome con ternura.
De cualquier forma, ahorita mando a alguien a que le abra señor.
Muchas gracias. – Otra vez –
De nuevo en el segundo piso, me interno en ese mar de puertas. Deslizó más rápido mi tarjeta. Voilá, la puerta se abre ante mà y en ese momento también, Andrea Valderrama, contoneándose como sólo ella, camina hacia el ascensor. Sin miedo, y con un valor que no conocÃa, le hablo, converso brevemente con ella, sonreÃmos, le pido detalles, mis ojos en ese escote tremendo. Rozamos nuestras mejillas en un beso de despedida improvisada. Ella es muy amable. Es mi deber como caballero andante en este camino de baldosas amarillas, encontrármela otra vez en algún pueblo vacilante. ¡Pero aguardad! Eso será contado en otra ocasión.
El encargado de llaves llega. Me ayuda a abrir nuevamente el cerrojo ya que yo regresaba encandilado de ver los ojos de Andrea. ¡Qué oportuno! Me ahorra la vergüenza de no saber que la tarjeta debe colocarse en esa ranura para tener acceso a energÃa eléctrica. Agradezco de antemano, y entro a ese espacio, en el que no existe nadie, más que mi verdadero yo.
Pero primero, me arreglo, rompo mi bolsita blanca de farmacias del ahorro, aplico pasta de dientes, listerine y vaya sorpresa! El costo del hotel incluye un pequeño sobre de pasta, un cepillo y bastantes otras cosas que bien me hubiera ahorrado, aún más el hecho de presumir mis compras en una farmacia de paso. Le confirmo a mi hermosa rubia, me baño. Me coloco la toalla e impaciente me tumbo en la cama a escuchar ese momento en el que algunos tacones se detendrÃan frente al número 214 de ese palacio provisional.
CapÃtulo II.
Isabela, se llama la chica que atravesó la puerta y que desde el primer segundo se dedicó a comer a besos a este leal vasallo informático. Me sorprende esa belleza atascándome de besos aún con sus cosas en mano. Mis inexpertas manos no saben como seducir ese cuerpo hermoso, delgado y esbelto. Como pulpo, quiero devorármela ahÃ, cierro la puerta, se despega un poco de mÃ. Me analiza, me sonrÃe con esfuerzo pero ante todo con disposición y amabilidad. No la culpo, serÃa la hora, mi edad supongo y el hecho de no haber demostrado destreza. En fin, me pregunta, mi color favorito de lencerÃa. Rojo. Se decepciona, sólo traÃa azul, negro y otros colores que no puedo recordar, yo solo la veÃa despojándose de sus ropas. Me encantan su cabellera rubia en esa delgada espalda blanca. Sus piernas firmes, sus nalgas preciosas y de tamaño generoso.
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El niño se calma. La espera ha sido larga, la decisión tomada. No hay nada de que arrepentirse, con esa chica que ha salido y que se postra ante mi envuelta en esa lencerÃa azulÂ… Me sonrÃe, ahora con más confianza, ¿Te gusta mi amor>
Me embriaga su aroma. Lo estoy recordando ahora mismo. Se recuesta encima mÃo, me besa con ganas. Acaricio su cabello, su espalda, y tomo esa cintura pequeña, la amoldo a mi cuerpo, mis manos toman sus nalgas redondas con una desesperación titánica. La beso un momento más, quiero detener el tiempo mirando su rostro, es preciosa. Pero cual fiera, no deja de besarme, la recuesto sobre la cama, beso todo ese rostro hermoso, su cuello, sus pechos, su abdomenÂ… alza los brazos exponiendo sus delgadas, blancas, tersas y hermosas... dios mÃo, fui un hombre débil ante esas axilas y esos pies hermosos. No supe cuando salà de ese trance, me enloqueció la suavidad de su piel, y el aroma pulcro e inconfundible de esas zonas tan olvidadas.
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Me invita a seguir el juego. Me hundo sobre esos labios deliciosos, mi lengua entre ellos, degustándola, mi vista en su rostro, me atrevo a jugar con dos dedos, ella gime ligeramente. Asà sigo por unos breves instantes, la sigo devorando, no dejé ni un centÃmetro de su piel sin conocer. La volteo boca abajo, junto sus piernas y me hundo sin penetrar en ese par de nalgas con el mayor goce que pude. “Ay, rico papi, rico, rico!”
Arriba y abajo, lento y enérgico, no dejaba de rozar toda mi virilidad contra ella. Casi exploto! No puedo más, beso y paso mi lengua sobre toda su espalda, me como ese par otra vez, esta vez con la lengua, la nalgueo, la muerdo, la acaricio, es una mujer especial. La coloco en cuatro: contemplo eso que esta frente a mi, quiero pintarla, inmortalizarla, observar todo el tiempo esa imagen a nivel de mi rostro. Abro ligeramente su pequeño *. Preparado estoy, como todo caballero, para las sorpresas: ninguna. Toda ella es una oda a la limpieza. Más por el contrario, este vasallo se embriaga entre el aroma de sus pliegues Ãntimos, lo degusta una y otra vez, no me cansaré de esto jamásÂ… “Ay, rico papi, más duro, rico, rico, rico!”
Es mi turno. Me recuesto y espero esa sensación maravillosa con los ojos cerrados. ¡Oh Dios mio! Ahà estaba ella, masajeando con sus labios a mi fiel espada. Desenfundada y ensalivada, brillaba más que la de cualquier rey. Lo hace suave, me masturba con sus manos, no puedo olvidar ese momento. Tomo su cabello, capto su aroma nuevamente, me acaricio con él, mientras sus labios me devoran todo sin compasión. Tomo su cabeza, yo marco el ritmo, me da pequeños mordiscos y la detengo. ¡Perdón! No lo pida bella dama. Y siguió y siguió, mientras yo en el espejo contemplaba el espectáculo de esos preciosos glúteos, que en unos momentos serÃan mÃos.
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La tomo, la acomodo a como mi instinto quiere poseerla. Preparo todo, masajea mi compañero de batalla, esa zona tan especial y estrecha. Ella entiende, toma un poco de lubricante y me invita a hacernos uno solo… inexplicable, estoy dentro de ella, sabe colocar su cuerpo, de manera que uno experimenta con ese poder, de estar disfrutando y dominando a una hembra extraordinaria. “Mas duro papi, rico, rico, más, más duro, más”. Veo la escena, penetrándola con las fuerzas que me quedan, se mueve bruscamente ese cabello rubio que me enloquece, esas nalgas pegando en mi, no aguanto más, y exploto.
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Si asà es. El niño no fue a su ritmo. Ella con toda la experiencia en su labor, condescendiente me limpia. “Que rico amor”. Yo no le creà nada. Pero se lo agradezco.
Se dirige al baño, se coloca un plástico en el pelo, y se baña. ¿Ya se va>
Como cualquier caballero, esperé solemnemente en la cama. TenÃa preparados todos los escenarios para reaccionar de la mejor manera. Pero sinceramente pensé que ya se iba, que mal, habÃan transcurrido apenas 20 minutos. Pero que equivocado estaba. Se tarda unos 10 minutos el destino, para enseñarme a esa muñeca nuevamente, envuelta en ese atuendo con el que aparece en sus fotos: ¡OH DIOS!
¿Te gusta papi> Y como cualquier caballero que mire a su doncella, le contesté con suavidad. Nuevamente querÃa ella empezar el ritualÂ… pero yo querÃa entender por primera vez alguna otra de sus palabras, aparte del delicioso “Ay, rico papi, más duro, rico, rico, rico!”
Platicamos, yo no dejaba de acariciarla, su piel era de nubes. Su cabello, digno de una princesa. Su aroma es uno que el mismÃsimo Jean-Baptiste Grenouille no consiguió. Me cuesta mucho trabajo entender sus letras, esa musicalidad en la voz, no la habÃa escuchado de cerca jamás. Soy malo con las palabras, debo aceptarlo, su belleza me estresa aún más. Pero me tranquilizo, la trato como a mi Dulcinea.
Relajada (o aburrida quizá jeje), me pide que bese su espaldaÂ… volé sobre ese manto blanco bien hidratado, y aunque burdo, hilvané los mejores movimientos que mis manos se permitieron sobre esa piel suave y tersa. Era de madrugada y seguro ya se querÃa dormir, pero siempre se mostró atenta a lo que quise. Me dejo hacer de todo, claro, siempre en los lÃmites que el reino nos permite.
Ella afila nuevamente mi espada, me devora otra vez todo, lo disfruto, pero aquà es donde les fallo mis hermanos. No puedo soportar mucho tiempo ver una dama en esa posición. Asà que decido que es suficiente, beso sus labios, su rostro entero, amé completamente a esa rubia hermosa.
Relajado (y más enfocado) tomé la iniciativa, y ahora si, con ese descanso de perlas después de la primer batalla, arremetà nuevamente contra ese tesoro, más fuerte, me montó, yo veo sus nalgas encima de mà y acaricio su espalda, que espectáculo, llevo el ritmo esta vez, eso definitivamente lo tenÃa que disfrutar. Luego de perrito, de tornillo, de mariposa, chivito al precipicio, misionero, las únicas de las que me acordé, pero toda el alma ella y yo en cada una de ellas. Mis labios jamás dejaron de sentir su piel, sus pechos, hermosos como ella y que sin ser una exageración, me enviaron directamente al cielo, por segunda vez en la noche. Terminé con mi armadura en el suelo, pero no derrotado, si no feliz y satisfecho, con una de las mejores damas del reino.
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CapÃtulo III
Isabela, tan dispuesta ella con su inexperto y torpe caballero, me deja seguir disfrutando de sus labios. Mi aventura con ella ha ido excelente. Se aleja de mÃ, y nuevamente se baña. Le tengo pena, pero le pido bañarme con ella, y accede de buena manera. No me siento digno para volverla a tocar y sólo para mis adentros permito que mis ojos se deleiten con su desnudez... salimos, ella, platicadora un poco, se seca, yo hago lo mismo. Contemplo su belleza. ¿Cómo se consigue una mujer asà en el reino real>
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Pide su palafrén. Mala suerte, le dicen que tardará un poco. Ella hace pucheros, pero amable cuelga el teléfono. Mis antepasados me bendicen con unos minutos más de su compañÃa. Platicamos más, yo la tomo como a mi novia de preparatoria. Le tomo fotos, le encanta ser captada por el lente. Jamás considero tomar su rostro, ese es sólo para mi mente. Ahora ella me mira y me besa, me mira y platicamos. Otro beso más. Ella es una niña hard que cayó en la cama con un humilde caballero soft. Somos mundos incompatibles, lo comprendà al instante. Otro beso más. Busco una papelerÃa abierta a esa hora, pues tiene que imprimir su tickets para el vuelo de temprano, le doy la dirección de una cercana. SonrÃe. Le extiendo mi mano para hacerle presente la gratificación por esos momentos extraordinarios. Está un poco ansiosa, pues tiene que llegar a preparar sus maletas, y el buen lacayo del palafrén, apenas viene en camino.
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Por fin llega, me deleita con otro beso más, quiero hacerle creer ingenuamente a mi mente – todavÃa – que no se querÃa ir, por que se despidió más veces de las necesarias. Pero se fue, por esos pasillos que seguramente mi caballo volverá a pisar.
Ya en mis sueños, la señorita de recepción me despierta disculpándose.
- Señor la señorita que acaba de salir, viene en camino, al parecer ha perdido su BlackBerry… - y me levanté sólo para verificar que ese teléfono, ya no estaba en mi habitación.
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